Cultura

 martes 09 de julio de 2019

 

Los paseos al río Súnuba

Foto: Corposúnuba

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Un domingo, antes de nochebuena del último diciembre, estando absorto pensando en los días de la lejana infancia, sentado en una de las bancas del parque de Guateque, me dije que era hora de recorrer los caminos de antaño.

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Un domingo, antes de nochebuena del último diciembre, estando absorto pensando en los días de la lejana infancia, sentado en una de las bancas del parque de Guateque, me dije que era hora de recorrer los caminos de antaño, esos que nos llevaban por los senderos de una felicidad sin limites, abajo en la vega por donde discurría su cotidianidad el río Súnuba, sin afanes y adentrándose en las entrañas de la montaña que lo circunda, para perderse a lo lejos hasta toparse mucho mas abajo con el río Garagoa.

Tomé el camino que muchas veces transite en la infancia en busca del anhelado río Súnuba, pero ya no era ese camino real, tapizado de enormes piedras, sino que había sido cambiado por cemento burdo, ahora era una estrecha carretera. Al continuar bajando y ya en uno de los últimos recodos, me senté a la vera del camino y desde allí
podía contemplar a lo lejos el río de mis amores; no se veía cristalino como antes, sino que se deslizaba como una especie de avalancha; era una pesada corriente que arrastraba enormes cantidades de sedimentos. Se movía perezoso, no como antes que era cantarino y esplendido.

Al llegar al puente que comunica a las poblaciones de Guateque y Guayatá, me quedé aterrado de lo transformado que estaba ese lugar, antes de ensueño. Hace cinco décadas, era un lugar para los paseos de olla, donde los habitantes de las dos poblaciones bajaban todos los domingos, en alegres paseos familiares, para hacer el sancocho de gallina en las fogatas que se levantaban en las arenas grises y limpias del río; mientras los mayores se dedicaban al consumo de licor, las señoras preparaban el suculento almuerzo y los chiquillos disfrutábamos de las tibias aguas del Súnuba. El río no era hondo, por lo que nadie se ahogaba, ni había accidente alguno. Sus aguas cristalinas, invitaban al éxtasis y al disfrute total.

Por aquellos días recorríamos, especialmente en las vacaciones de diciembre, los caminos aledaños al río y percibíamos los nítidos olores de los árboles de naranjo, cargados de frutos amarillos; sentíamos el palpitar de los platanares, cuyas hojas como banderas abrillantadas y verdes, sonaban al estrellarse con el viento; comíamos las sin
iguales chirimoyas, fruta de los dioses; hasta nuestras narices llegaba el dulce olor de la caña panelera y mucho mas cuando había moliendas.

Nosotros éramos citadinos, pues viajábamos todos los diciembre desde Tunja, hasta la finca de la abuela Celinia en la vereda de Volcán, en Guayatá. Y los zancudos lo sabían, pues se ensañaban con nosotros, especialmente cuando estábamos en pantaloneta disfrutando de los paseos de olla, mientras que esos zancudos jamás atacaban a los
lugareños. Nuestros blanquecinos cuerpos, terminaban al final de la tarde, con enormes ronchas rojas y grandes y por lo tanto éramos objeto de matoneo por parte de los amigos y parientes, habitantes de la comarca.
El Valle de Tenza, es un lugar de ensueño. Visto desde las afueras de Guateque, se aprecian en distintas partes de las faldas de la cordillera, colgados como pesebres, las poblaciones de Sutatenza, Somondoco y Guayatá, rodeadas de un verdor inigualable, algo que ningún pintor naturalista podría lograr con sus pinceles y todas esas
localidades reciben las otrora cariñosas aguas del rio Sunuba.

No recuerdo amaneceres más hermosos que los de esta tierra de mis ancestros, en los lejanos años de la infancia. Nítido en mi memoria tengo el vasto silencio de las noches que comenzaba a ser turbado por las primeras voces del alba, las de los gallos. El canto de un primer gallo que se escuchaba como una sinfonía en la lejanía, daba paso a otros cantos de docenas de ellos que parecían estar en un concierto matutino. Las estrellas palidecían cambiando su oro vivo por una pequeña luz, que lentamente iba dando paso a la claridad de un azul diáfano. La noche se había ido y solamente sobre los solares se apreciaba el rocío de la noche anterior.

Acorralado por los recuerdos, aquella mañana de domingo, víspera de nochebuena, me recargue contra las barandas del puente que separa a las dos poblaciones, mientras contemplaba el desastre infame causado por el hombre. Hace cincuenta años un domingo habría allí, en las amplias playas de arena fina y gris, un bullicio inmarcesible y se verían las columnas de humo que se levantaban al cielo, en cada uno de los fogones de quienes participaban de los paseos de olla; pero aquel domingo de diciembre del año pasado, solo vi tristeza y soledad. Las playas de arena habían desaparecido y solamente contemplaba unas enormes maquinas amarillas que sacaban arena del río; todo estaba
cercado como si fuera una hacienda particular. Miraba a los alrededores y solamente encontraba en pie tal cual árbol centenario, cuyas ramas parecían llorar el desastre ecológico que allí se presentaba.

El río Súnuba, desde la época de la colonia fue sitio de veraneadero de los ricos bogotanos que habían construido mansiones campestres. A mi mente llegaban las historias que me contaban los mayores sobre estas haciendas a la orilla del bucólico río: Aquí, a doscientos metros, sobre una lomita se levantaba una casa de recreo que perteneció al expresidentes José Eusebio Otalora; un poco mas arriba, la casa donde dicen que nació el expresidentes Guatecano Enrique Olaya Herrera y mas adentro del Valle la mansión que fuera de los bisabuelos maternos del expresidentes Juan Manuel Santo, la finca de los Montejo; De todas ellas solo ruinas quedan, la opulencia de otras
épocas había desaparecido para siempre.

Dure un largo rato embebido en los recuerdos de antaño, cuando acosado por la tristeza decidí abandonar el antiguo hermoso paisaje, para retornar a Guateque. Tomé la carretera, otrora esplendido camino de herradura, camino al pueblo. Llevaba en mi morral un cúmulo de bellos recuerdos, pero también se revolvían allí los desastres que
acababa de ver.
Regrese al pueblo con el alma destrozada. La pólvora estallaba en el cielo nocturno, mientras en mi cuarto de hotel, pensaba en los destrozos de la naturaleza pero los recuerdos jamás se borraran.

Fuente: POR:PERIODISTA ORLANDO GARCIA MORENO

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