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 lunes 28 de mayo de 2018

 

Cómo el ciclismo es motivo de propaganda nacionalista

Foto: RTVE.es

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Un artículo de El Orden Mundial habla sobre cómo ha sido utilizado el ciclismo para afianzar símbolos nacionalistas

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El deporte moderno está al servicio de grandes intereses económicos y no, como en un principio, eran escenario de luchas por la supremacía entre países. Se ve como en el fútbol hay una lucha entre los clubes, dueños de los derechos deportivos de los futbolistas, y las selecciones nacionales. O como, el derribamiento de estadios míticos deja ver cierta tendencia a olvidar el pasado.

Tal vez uno de los pocos deportes que aún tienen algo del romanticismo de un siglo atrás es el ciclismo, que antes se disputada por selecciones nacionales, y por tanto la victoria era un "asunto de estado". No obstante que el ciclismo moderno se dispute por equipos profesionales, y tan solo unos pocos eventos se disputen en equipos nacionales con el uniforme propio de cada país, el ciclismo sigue utilizando símbolos de un siglo atrás, como competir en "esterrato" (terreno destapado) o el pavé para dirimir ciertos eventos, o distancias brutales como los 300 kilómetros de la legendaria Milán San Remo.

El ciclismo, al seguir siendo un deporte que une diferentes regiones, sigue teniendo la idea romántica del héroe nacional que supera grandes obstáculos en escenarios tan agrestes como hermosos, razón que hace que algunos territorios hayan tratado de explotar sentimientos nacionalistas con mayor o menos intensidad, dependiendo del contexto.

El pasado del ciclismo... lucha de países en contexto de guerras

El ciclismo surge en plena revolución industrial, y fue mediante la bicicleta que se movieron las cartas y las primeras aventuras, y fue un vehículo de reivindicación de las mujeres que comenzaron a luchar por la igualdad. Una vez los aventureros comenzaron a cumplir "retos", comenzaron también a surgir las primeras competiciones, que eran inicialmente entre dos ciudades, y que fueron llamadas las "clásicas": de Paris hasta Roubaix, o de Tours a Bruselas, de Milán a Turín, de Lieja a Bastoña, o de Milán a San Remo.

Los corredores inicialmente eran franceses, italianos, belgas u holandeses, y comenzaron a buscar patrocinio para poder ir a competir, y de ahí surgen los primeros e incipientes equipos.

La competencia más emblemática es el Tour de Francia, que comenzó a disputarse en 1903, inicialmente de forma individual, luego con equipos comerciales (Alcyon, Le Globe, Isoles, Peugeot), entre 1909 y 1914, cuando estalló la primera guerra mundial. Al retomar la actividad, la economía estuvo tan mal que sólo hasta 1925 se retomó el patrocinio de ciclistas, con marcas como Automoto-Hutchinson o Alcyon-Dunlop, entre otras.

Las incidencias del evento se transmitían por radio y los periódicos enviaban corresponsales que narraban las heroicas hazañas de los ciclistas, lo que hacia que los ciclistas fueran héroes. De allí que los intereses nacionalistas hicieran que el Tour volviera a disputarse por selecciones, entre 1930 y 1961, por lo que los nacientes estados buscaran convertir a los ciclistas en símbolos de la hegemonía de sus países sobre los otros sistemas, como ocurrió con Gino Bartali, en 1938, obligado a "ganar" el Tour por Mussolini.

El mundial y los respectivos campeones nacionales portando el maillot de su nación son herencia de un pasado en el que los ciclistas representaban a su nación.

Las primeras figuras fueron, como era de esperarse, franceses y belgas, hasta que aparecieron los italianos con Bartali, campeón en 1948, y luego Fausto Coppi, quienes dominaron el periodo post guerra. Italia se dividió por sus dos grandes ciclistas, la Italia conservadora, católica y rural era fanática de Bartali, mientras que la liberal, urbana y de izquierda lo era de Coppi.

La fama de los ciclistas era tan grande que el belga Gustaf Deloor, ganador de la Vuelta a España en las dos únicas ediciones previas a la dictadura, consiguió sobrevivir a un campo de concentración nazi al ser reconocido por un oficial. En los años posteriores a la guerra civil española, el franquismo también quiso aprovecharse de las gestas ciclistas popularizando a Bernardo Ruiz y Federico Martín Bahamontes. El primero de ellos, junto a su equipo, fue increpado y acusado de fascista en 1949 por los exiliados españoles en Francia. Eran tiempos en los que el ciclismo era el deporte del pueblo.

Para 1968, cuando en el Tour de Francia se dejó de competir por selecciones nacionales y los equipos, generalmente apadrinados por marcas relacionadas al deporte, mandaron en la carrera francesa y en el ciclismo profesional, hasta nuestro días. Inicialmente, los equipos tenían preponderancia de corredores de la misma nacionalidad del patrocinador, algo que se ha mantenido con el nombre de cuota patriótica, que sigue despertando el fervor de los nacionalismos.

El nacionalismo separatista toma el testigo

Mientras la mercantilización del deporte avanzaba y los escándalos por dopaje se sucedían, en la década de los 90 y 2000 algunas regiones con gran afición por el ciclismo impulsaron equipos amparados directamente por las instituciones regionales, que han tenido mucha proyección internacional gracias a las abundantes carreras de categoría que se celebran en sus territorios. Este fenómeno ha tenido un gran desarrollo en Bélgica, Francia, España y Colombia, una tónica apoyada en la proyección turística del territorio. La proliferación de equipos provocó que en 1997 se instauraran las divisiones de equipos y carreras por continentes. Y, quizá por pura coincidencia, las regiones con una fuerte identidad territorial, algunas de ellas con pretensiones secesionistas, son las que siempre han favorecido al ciclismo: las aficiones, equipos, carreras y ciclistas de Flandes, País Vasco o Bretaña han sido referentes del ciclismo mundial y lo demuestran en las cunetas de las carreras inundándolas de símbolos regionalistas o nacionalistas.

Destacan sobre todo País Vasco y Flandes, quizás más visibles porque sus aficiones se desplazan en masa a las grandes carreras, además de promocionar sus carreras de primer nivel. Solo había que pasarse por la Vuelta Ciclista al País Vasco o por el Tourmalet durante el Tour para ver cómo la afición vasca convertía las carreras en reivindicación política. La Vuelta a España estuvo 33 años sin pasar por el País Vasco después del boicot en la edición de 1978. Flandes, por su parte, alberga su propio tour, uno de los cinco monumentos o clásicas de mayor prestigio, y ostenta el récord mundial de carreras de la máxima categoría en una sola región —cinco—. Sus vecinos valones enfrentan otro monumento, la Lieja-Bastoña-Lieja, además de otras muchas carreras históricas de prestigio; otras regiones con un elevado sentimiento de pertenencia, como las del norte de Italia, Romandía, Bretaña o Cataluña, también acogen carreras de élite.

No obstante, aunque el corazón del ciclismo tiene lugar en Europa, los fenómenos identitarios se extienden a otros continentes. Se puede hablar por ejemplo del ciclismo colombiano, una escuela en la que los antioqueños y, en general, los paisas también han promocionado su identidad a través del ciclismo. En Canadá la influencia francesa ha llegado tarde, pero ya se celebran dos pruebas ProTour en la soberanista Quebec. California alberga la carrera más importante en Estados Unidos y Guangxi, una de las cinco regiones autónomas de China, será la única prueba ProTour regional del país. Asimismo, Taiwán y Hong Kong organizan carreras relativamente importantes. Prácticamente podría decirse que el listado de las regiones infraestatales con mayor identidad territorial se puede abordar estudiando el calendario de las carreras ciclistas profesionales.

La globalización del ciclismo

Durante las últimas dos décadas, se ha escuchado que el ciclismo se globalizaba porque cada vez hay más carreras de alto nivel fuera de Europa, pero la vieja Europa sigue siendo el corazón del ciclismo mundial a pesar de una cierta reducción de carreras en el sur a raíz de los recortes presupuestarios públicos a partir de la crisis financiera de 2008. En buena medida, Europa sigue siendo la meca del ciclismo porque bebe de la tradición; el valor de ganar una carrera histórica de la vieja Europa es inigualable y rentable en cuanto a fama y contratos posteriores. Aproximadamente dos centenares de carreras nuevas han surgido en las últimas dos décadas por todo el mundo y luchan por romper este monopolio europeo.

Las nuevas carreras se concentran en ciertas regiones mundiales; destaca la proliferación de carreras en los países del golfo pérsico, sudeste asiático, golfo de Guinea y este de Europa. Estos países encuentran una oportunidad para promocionarse turísticamente mostrando en televisión sus mejores paisajes y, sin duda, les sirve también para posicionarse en el mundo. En el caso de los equipos, sí se ha logrado romper el monopolio europeo, ya que muchas multinacionales ya no se pueden adscribir a un Estado, como sucedía con las marcas del siglo XX. Suelen correr con licencias dispares y contratan ciclistas de todo el mundo en una combinación de calidad e intereses publicitarios por deseo expreso de los patrocinadores.

Sin embargo, contra todo pronóstico, crece también la apuesta nacionalista —de una forma distinta— aprovechándose de la globalización. Han surgido nuevos equipos de carácter estatal, como el de los Emiratos Árabes Unidos o el de Baréin, así como nuevas y acaudaladas carreras por todo el mundo —Emiratos, Omán, Polonia, China, Turquía, Gabón o Canadá—, que tratan de potenciar la imagen de los países posicionándolos en el mundo y utilizando sus paisajes más extraordinarios con una doble vía turística e identitaria. Mención aparte merecen los campeonatos del mundo celebrados en Doha, cuando todo el mundo vio la belleza de los edificios y las penurias de los corredores luchando contra el viento en medio de la nada del desierto.

La nómina de equipos con intereses nacionalistas o, al menos, ciertos intereses territoriales se están incrementando sobre todo entre la élite y algunos amenazan con robar la hegemonía a grandes equipos comerciales como Sky, Movistar o Quick-Step. El equipo de Israel es una de las apuestas más recientes y comienza con muchísima fuerza, pues ha formado parte del Giro de Italia, que además ha comenzado en Jerusalén, lo que ha exigido un traslado de todo el material a 2.000 km en un vuelo de carga en Boeing 747. El interés político se comprobó con la polémica generada por el nombre de la primera etapa, un prólogo de nueve kilómetros en lo que la organización llamó Jerusalén Oeste; inmediatamente, Israel obligó a rectificar el nombre de la etapa, que pasó a ser simplemente Jerusalén.

El dinero del petróleo y el gas, especialmente en los países del golfo pérsico, está propiciando que algunos de estos países inyecten dinero en escuadras de primer nivel. Caso aparte es el de Rusia, que utiliza su gasística Gazprom para patrocinar uno de sus equipos satélite, Gazprom-RusVelo, con una de sus sedes en Suiza. Este equipo comparte escenario con Katusha-Alpecin, también surgido de la estructura Global Russian Cycling Project —formada por Gazprom y otras dos empresas rusas—, que actualmente corre con licencia suiza, pero que en un principio tuvo una ligazón importante con la Federación de Rusia. De hecho, en su presentación oficial el 24 de diciembre de 2008 estuvo presente el mismísimo Vladímir Putin.

No se puede olvidar tampoco cómo algunos oligarcas rusos muy próximos al poder se divertían con sus equipos megalómanos, como fue el caso de Oleg Tinkov gracias a su banco Tinkoff Credit Systems, que dio nombre al equipo que vio el declive de Alberto Contador y la explosión del campeón del mundo Peter Sagan, con gran regocijo del multimillonario ruso. La megalomanía y la proyección a nivel nacional e internacional que dan el ciclismo llevaron en 1989 al propio Donald Trump a intentar crear una carrera que compitiera económicamente con el Tour de Francia. Esta carrera se llamaría Tour de Trump y en su segundo y último año la ganó el mexicano Raúl Alcalá, hito que repetiría tres años después —ya bajo la denominación Tour DuPont— por delante del entonces apreciado estadounidense Lance Armstrong, nuevamente segundo en 1994 y victorioso en las siguientes dos últimas entregas del DuPont.

El Gobierno de Kazajistán también ha invertido una gran suma para convertir el Astaná en uno de los mejores reclamos publicitarios del país aprovechando el tirón que tuvo su estrella, elevada al nivel de mito por los aficionados, Alexandre Vinokúrov. Otros Estados, más interesados en la formación deportiva, utilizan sus empresas públicas para patrocinar equipos; son muchos los ejemplos, pero destacan Francia y los países del Benelux. Los motivos no deben considerarse geopolíticos, sino más bien comerciales y formativos, pero sin lugar a duda dan publicidad a estos Estados, algo que debe ser rentable —tanto en lo económico como en lo ideológico—, pues incluso el Vaticano y el Ejército de Tierra francés han patrocinado a equipos.

En esta dualidad entre globalización y nacionalismo se ha llegado a plantear el regreso a un Tour de Francia por selecciones nacionales. David Lappartient, expresidente de la Federación Francesa de Ciclismo y ahora regente de la Unión Ciclística Internacional, hizo una propuesta en este sentido al principal organizador, la empresa de eventos deportivos ASO. En cualquier caso, a pesar de los problemas que ha ido superando, el ciclismo es un deporte especial al conjugar como ningún otro paisaje, valentía, sufrimiento, estrategia y propaganda nacional, elementos con un sustrato territorial capaces de despertar grandes pasiones. En el ciclismo se puede apreciar lo sublime y bello del paisaje, lo heroico de la lucha, lo penoso del sufrimiento, lo inteligente de la estrategia y la eficacia de la propaganda, un campo abonado para una instrumentalización nacionalista que siempre vuelve.


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